En una época en que la búsqueda del placer, el facilismo, el alto nivel de estrés, el clima de competitividad, la carencia de límites familiares, la carencia del bien-estar (o estar bien) los padres hiperdadores y asustados, el derrumbe de los modelos de rol significativos y la alta disposición de tecnologías de consumo que dan respuesta a las necesidades personales, generan un contexto de expresión globalizada de un modelo único de diversión juvenil, conformado por mandatos que dicen:
Hay que experimentar todo, para poder saber.
Hay que alcanzar el máximo placer en el menor tiempo posible.
Sólo es divertido si hay alcohol, drogas y sexo.
Si no perteneces a este sistema juvenil, eres un tonto.
Es preciso abordar el problema de las adicciones (el internet, la moda, la música, el juego, la dependencia social, el sexo, el dinero, la tecnología, la diversión...) desde diversos puntos de vista, comenzando por la propia familia.
LOS PADRES DE HOY
En una sociedad como esta, que busca desesperadamente el bienestar por encima del bien-ser (léase bien), crecieron generaciones que han recibido hasta lo no pedido, víctimas inocentes de padres con mandatos del tipo “debo darles lo que yo no tuve para que no sufran”, muertos del miedo para no perder el afecto que tanto necesitan en medio de las grandes soledades de nuestra sociedad actual, que evitan poner límites que generen algún conflicto o la posibilidad de ya no ser tan queridos por sus hijos, y que tapan dicha culpa con objetos materiales, o, peor aún, con dinero porque ni siquiera hubo tiempo para comprarles algo.
¡Muchas de las peores cosas en la vida se hacen con las mejores intenciones!
Estos padres son como adolescentes educando adolescentes, aspirando a “ser amigos de sus hijos, dejándolos huérfanos y abandonados, y excusándose en frases trilladas en su experiencia negativa, tales como ‘yo también lo hice (o también me tocó) y aquí estoy vivo’”.
Es esta una generación de pequeños “gerentes del mundo”, que no aceptan límites y consideran que el mundo les adeuda y por ello pueden pasar por encima de cualquiera. Una generación que recibe las consecuencias de la transición de una cultura donde la capacidad de amar se sensualizó, la capacidad de trabajar (de los padres) se hipertrofió para dejar de ser un medio y convertirse en un fin, y la capacidad de sufrir y de enfrentar la adversidad se convirtió en una evasión de la dificultad a toda costa, dejando en consecuencia un caldo de cultivo llamado vacío existencial, terreno fecundo para la búsqueda exagerada de elementos que intenten llenar ese vacío valorativo a través de consumos fugaces pero contundentes (alcohol, drogas, promiscuidad, compras, apuestas, adrenalina…) como si fuera un simple dolor de cabeza que se intenta eliminar con una aspirina.
BÚSQUEDA DEL SENTIDO VITAL Y PREVENCIÓN
La búsqueda de placer, la diversión, lo lúdico, han sido parte de la historia de la humanidad. Por ello, hoy nos enfrentamos a un nuevo modelo, configurado por una serie de tribus urbanas con sus propios uniformes, que en busca de la identidad de la adolescencia rozan con los límites del riesgo, quedando en algunos casos entrampados en problemas que no siempre son de adicción, pero que sí se relacionan con eventos dolorosos que pueden acontecer bajo el efecto de una sustancia (primeras experiencias sexuales nefastas, influidas bajo el consumo de alcohol, accidentes, violaciones…).
¿QUÉ HACER FRENTE A ESTE MODELO?
Un contexto social e histórico construido durante muchos años y equívocamente apoyado por múltiples refuerzos familiares y culturales no es fácil de cambiar.
Sin embargo, la necesidad apremiante de disminuir las consecuencias directas (adicción, daño físico y sicológico…), y las consecuencias indirectas (relaciones sexuales bajo el efecto de las sustancias, accidentes de tránsito, peleas…) exige de los padres y los educadores un cambio de visión y un cambio de mirada que permita replantear el significado de la postura asumida ante el consumo de alcohol y drogas, para poder así generar movimientos que modifiquen el espíritu de la época y desarrollen nuevas formas de relación con las sustancias, con el mundo y consigo mismos.
Talvez uno de los principales obstáculos para desarrollar este cambio de visión se la tendencia general de evaluar la experiencia de otro a partir de la propia experiencia. Es decir, juzgando de esa manera que las acciones que llevan a cabo los jóvenes no tendrán (pensando equivocadamente) mayor repercusión, pues similares acciones también fueron llevadas a cabo por la actual generación de adultos.
Lamentablemente los tiempos han cambiado y seguirán cambiando: Lo que ayer se hizo con tranquilidad hoy no es igual, pues la estructuración de la personalidad, la concepción y la dinámica familiar, el cambio de la educación de la voluntad por la motivación, los nuevos medios de comunicación, la disponibilidad económica, la tolerancia y la permisividad social, así como un sinnúmero de características, hacen que definitivamente no se pueda juzgar la repercusión de ciertas acciones a partir de las consecuencias que los adultos tuvieron o no tuvieron décadas atrás.
Este argumento debe brindarle al padre de familia toda la autoridad para exigir cambios, colocar reglas y regular comportamientos, independientemente de si en su propia juventud se llevaron a cabo las mismas o parecidas acciones Esa no es la discusión.
Por ello, es importante generar estrategias que faciliten el cambio del modelo dominante, por ejemplo, en la diversión. Es decir, establecer normas claras ante el consumo, lo que se aprueba y no se aprueba, recordando que ante más temprana edad se inicie el uso de sustancias, mayor será el daño para la persona.
Es preciso trabajar, por ejemplo, para romper, por ejemplo, la relación alcohol/diversión, generando espacios familiares o celebraciones en donde no se consuma la sustancia, y así pueda demostrarse que la misma no es necesaria para divertirse, y que tan sólo es una opción entre muchas otras.
De igual forma, es importante hacerle seguimiento y vigilar la relación que se tiene con el alcohol y determinar qué tanto altera a los adultos, en el sentido de averiguar si sólo a través del consumo se pueden hacer cosas cotidianas y normales en un adulto bien desarrollado (bailar, establecer conversaciones, desestresarse…) o si realmente se necesita la sustancia para poder moverse en el mundo. De aceptarse esto último, estaremos ante una teoría contraproducente frente al riesgo, lo cual significaría tener un concepto favorable sobre sustancias como el alcohol.
Aunque lo ideal sería evitar su consumo, definitivamente, hay que tener una posición clara frente al alcohol y las drogas, para poder disminuir su amenaza y su riesgo, parte de lo cual será posible si, por lo menos, nos empeñamos en aplazar la edad inicial para el consumo. ¡Terrible decirlo, pero no podemos cerrarlos ojos al mundo de hoy! Así, evitaremos que los hogares (ambiente fundamental para el sano desarrollo) se conviertan en pequeñas licoreras y que niños y adolescentes sean utilizados para comprar bebidas alcohólicas, conducta ilegal y a veces fomentada por los mismos padres. ¡Padres que pueden ser, precisamente, los padres de los amigos de nuestros hijos!
Efrén Martínez Ortiz
Revista Universidad Javeriana
Septiembre 2006. No. 728